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“Nadie está por encima de la Constitución”

Escrito por: Carlos R. Salcedo C.

Hace unos días, luego de que un grupo de sacerdotes y fieles católicos dieran a conocer un documento en el que daban cuenta de que estaban indignados porque se quiera despojar de sus derechos de nacionalidad a miles de personas, a través de la sentencia 168/13 del Tribunal Constitucional (TC), el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez dijo que ni siquiera la Iglesia católica está por encima del TC.

Fuera de que dichos pronunciamientos puedan interpretarse en el sentido de situar a mi Santa Madre Iglesia, católica, apostólica y romana, por encima de las demás instituciones del país, sólo por debajo del TC, me permito aclarar esa expresión.

Si bien las decisiones del TC son vinculantes para todos los poderes y órganos públicos, esto no significa que todo el cuerpo de las decisiones de dicho tribunal tenga carácter obligatorio. Sólo es vinculante el dispositivo de la sentencia y el tema relevante planteado, no así lo temas que de paso sean tratados en la decisión.

 Asimismo, no son vinculantes los temas decididos por el TC que violen la Constitución, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, las decisiones del Corte Interamericana de Derechos Humanos y los demás instrumentos internacionales de derechos humanos acogidos por el país (art. 74.3 Constitución de la República).

 Mal podría ser de mandatorio cumplimiento una decisión del TC que, en lugar de garantizar la supremacía constitucional, la defensa del orden constitucional y la protección de los derechos  fundamentales (art. 184 CR), le pase la aplanadora al propio texto que le da su razón de ser.

Gracias fundamentalmente a la voz de un Montesino y de la sociedad civil, hoy exhibimos la igualdad formal en República Dominicana. Las dificultades para que se concretice el derecho de igualdad material y se censure desde el Estado la añeja discriminación, se agigantan cuando voces que, en lugar de asumir el rol que dicta nuestra iglesia, acuden a la descalificación.

Que lo haga el gobierno y el Estado en sentido general no sería ninguna sorpresa, pero que lo haga nuestro Cardenal precisa de un sincero acto de contrición. Que conste, soy el más grande de los pecadores, mi apreciado Monseñor.