Artagnan Pérez Méndez: maestro y sembrador
Se nos ha ido físicamente el Dr. Artagnan Pérez Méndez. Se nos fue el conversador seductor, el pimentoso e ilustrado contertulio, el jurista y abogado litigante por antonomasia y el mejor orador forense de la segunda mitad del siglo pasado y de inicios de este. Pasó a la habitación del lado el hermano preocupado, el padre y esposo responsable y amoroso, firme y dulce. Partió la estructura material del cuerpo de una luminaria de las letras y del derecho, de un hombre completo que hizo parir la tierra dando sus mejores frutos.
Artagnan fue el maestro de maestros del derecho. Un sembrador, cuyas semillas cayeron en las aulas universitarias, con sus magistrales cátedras, conferencias, cursos, obras y manuales de derecho, del que tantos nos formamos. Artagnan sembró incansablemente y hasta dar su último hálito.
El fluido vital de energía se manifestaba en Artagnan como un halo luminoso fluorescente, que se movía y lo seguirá haciendo por siempre y por todas partes. Artagnan permitía vivir a quienes se acercaban a él una experiencia única: un hormigueo y descarga vibratoria inenarrable y es que la energía radiante que emitía su cuerpo era percibida por todos con especial y gran intensidad.
Su enciclopedismo, su profundidad y brillantez teóricas, su experiencia acrisolada en la oratoria forense y religiosa y su atrayente personalidad, lo hacía dechado de un campo magnético, de una energía que envolvía su cuerpo, que protegía, cual traje de amianto su halo luminoso, que custodiaba el núcleo de su aura vital, pero que fulguraba cual corona y brillo luminoso a todos los que bebían de su fuente del saber, de su disciplina, de su firmeza, de su indoblegable reciedumbre, de su pluma dorada y de su amor por entregarlo todo para sus alumnos y quienes anhelaban tomar de sus aguas cristalinas de conocimiento y sabiduría.
Artagnan fue una antorcha que permanecerá encendida eternamente, que vivirá de generación en generación. La llama de Artagnan estará por siempre iluminada en el pebetero de sus alumnos, estudiantes y de la comunidad jurídica. Te fuiste Artagnan, pero seguirás siendo el gran maestro y sembrador que, al superar la concupiscencia de la carne, te has hecho eterno.