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Votamos, ¿y ahora?

DSC_3038El pasado domingo se expresó la voluntad popular en las urnas. Debemos felicitarnos, pues, en general, el proceso terminó organizadamente.

Pero no ignoremos las deficiencias técnicas y de los escáneres, las prácticas violatorias de las leyes y los reglamentos, la compra de votos, el proselitismo en periodo de campaña cerrada y las denuncias de maniobras fraudulentas en algunos centros de votación.

Continuemos con nuestras vidas después de las elecciones, asumiendo los resultados, favorables o no, conviviendo pacíficamente y respetando las convicciones del otro. Actuemos en nuestra cotidianidad sobre la base de este criterio. Así viviremos dentro de un entorno armonioso y con una democracia de más calidad.

El que perdió reconozca la victoria del ganador. Asuma su rol de control político y de oposición. También el que ganó manéjese con humildad y listo para enfrentar los desafíos que tiene el país en los próximos años.

Los ataques y denuncias de irregularidades deben canalizarse por los mecanismos legales existentes. Ya terminó la contienda electoral.

El país no termina. Nos necesita a todos. Debemos dejar gobernar a los candidatos electos. Claro, sin que se alejen los ojos de fiscalización formal y de la sociedad.

No nos desentendamos del proceso y participemos activamente de los cambios y luchas sociales, conjuntamente con los partidos políticos y los que nos gobiernan. En una democracia liberal la calidad de los partidos y los políticos son una responsabilidad de la colectividad.

Desde que se convocaron los comicios y se abrió el periodo de la campaña electoral, la ciudadanía se movilizó en apoyo de sus candidatos. El proceso culmina con la proclamación de los candidatos electos.

El pueblo Dominicano demostró la madurez política alcanzada. Votaron los que asumieron la línea partidaria, quienes vendieron su convicción, pero también los que ejercieron su derecho libérrimamente.

El pasado domingo fuimos a las urnas, con entusiasmo y en actitud democrática. Sigamos trabajando para superar las fricciones y las debilidades de nuestro sistema electoral. Pero sobre todo pongamos claras las reglas de juego para evitar las aberrantes desigualdades de recursos entre unos partidos y otros.

La palabra la tienen los líderes y los principales partidos, pero la presión social debe contribuir a resolver esa tarea pendiente.